viernes, 11 de enero de 2008

siempre el hambre

me quedé solo, porque nadie podía comprender que la opción de abandonarte fuese una mala opción, por ser la única opción. me quedé sentando con el cuerpo agarrotado encajado en la silla, y fueron pasando los días mientras llovía sobre mis hombros y la ropa se me iba quedando más y más pequeña. De la pernera del pantalón goteó un charco que se convirtió en charca y crecieron algas y volaron peces voladores.
mis músculos se habían acartonado con el paso de los meses, y aunque no podía percibirlo la piel se había ido endureciendo como la corteza del árbol del que estaba hecha la silla en la que me estaba convirtiendo.

para cuando fui capaz de levantarme los ojos se habían vuelto contra mí, y eran capaces únicamente de ver lo que quedaba dentro. miraban de frente un enorme hueco escarpado en rocas, con las cumbres nevadas a lo lejos, pero demasiado lejos. mi vista alcanzó horizontes extraños a mis ojos, como una gran alacena que se ha quedado vacía y que ya solo serviría para guardar los cadáveres.

ese pensamiento me hizo recordar que tenía hambre, así que llené tu vacío con un plato de lentejas.

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